Así eran los programas dobles: Ozores, Naschy, Schwarzenegger, Pilar Miró, Bruce Lee, Softcore, Cine Quinqui….
Los programas dobles cinematográficos, eran, para aquellos críos de los ochenta un regalo. Pero a veces un regalo envenenado. Ya fuese en cine de barrio, en cine de verano playero o de plaza de toros, se compartían programas dobles imposibles: véase la cinta de animación Nimh el mundo secreto de la señora Brisby, acompañada de Todos al suelo de Mariano Ozores; o la parodia western Esos locos cuatreros junto a El carnaval de las bestias de Paul Naschy; o, mucho peor, Comando con Schwarzenegger, acompañado de El crimen de Cuenca de Pilar Miró.
Por supuesto que la cuestión no tenía que ver con la calidad de la película, si no con la mezcla, explosiva a todas luces.
Eso de los programas dobles era maravilloso y terrible a la vez, porque aprendías mucho de cine, de cualquier tipo de cine, pero también te enfrentabas a imágenes inesperadas que te marcan para toda la vida. Es decir, uno iba a ver una película de animación, una de acción o una comedia de carácter inocuo, y de repente el film que le acompañaba te exponía a unas visiones potentes para un preadolescente, como un hombre devorado por unos cerdos en la película de Naschy, o la tortura de arrancar las uñas en el film de la Miró. Y eso marca. Terrible y maravilloso a la vez.
Mezclando Viernes 13, con Castellari y El liguero mágico
Era frecuente que te mezclasen un Viernes 13 con, por ejemplo, El liguero mágico; el softcore Fanny Hill con Fuga del Bronx de mi querido Enzo G. Castellari (o cualquier de las distribuidas por José Frade); pero aún más frecuente, juntar una de karatekas con una de cine quinqui. Ya fuese Bruce Lee, o más frecuentemente un sucedáneo suyo al que le apellidaban también Lee o Lie o Li (que todo valía siempre que llevase la palabra “Dragón” en el título), en la siguiente o anterior película programada, veías una de cine quinqui, con “El vaquilla”, “El torete” y sus colegas robando bolsos y disparando “picoletos”.
Y para visión dura, más allá de que Tobi saliese volando con sus alitas de angelito desde el Platillo Volante del Parque de atracciones de Madrid, era la de “El Torete”, cuando le capaba “El gitano” (interpretado por mi querido y añorado Frank Braña) en Perros callejeros. Ay, Dios. Qué dolor. Nos dolía a todos los colegas de pensarlo. Un dolor sólo redimido por el posterior atropello de “El gitano”, que se joda. La de tertulias y debates que nos dio aquello a la tropa.
El género (o subgénero) de aquellos, que más marcaba, por la mezcla de acción, tremendismo, crudeza y realismo, era el cine quinqui. Lo peor, que la realidad supera la ficción, y lo que escondía aquel cine quinqui, lo que se enseñaba, era demasiado parecido a lo que vivíamos en algunos chicos del barrio. Qué mal terminaron aquellos actores que protagonizaban El pico, Los últimos golpes del torete o Navajeros. Y qué mal terminaron algunos de los colegas del barrio con los que compartí momentos de evasión en aquellos programas dobles, terribles, imposibles, maravillosos…