El cine de terror hecho en España. Desde siempre es una temática que me ha llamado la atención, primero como aficionado y coleccionista, y más tarde como profesional de este mundo tan singular y apasionante como es el mundo del audiovisual y del espectáculo.
Me gusta decir que el terror español existe y goza de buena salud. Y en relación con ello, quiero referirme a los tiempos primigenios del cine de terror en España en este artículo.
La tardía llegada del cine de terror a España
Siendo el terror un género que busca la respuesta impactada, inquieta y temerosa del público, y estando habitualmente ligado al concepto del fantástico, a pesar de su universalidad, en España llega tarde. O quizá por eso, por la falta de universalidad tradicional en este país. Porque la explicación la encontramos claramente en dos conceptos muy reconocibles: el eterno aspecto represor y, como respuesta, el sempiterno raciocinio del españolito de a pie. Esto al menos hasta que la sociedad española se ha liberado en todos los sentidos y el cine se ha desprejuiciado.
Desde los tiempos de la Inquisición, el catolicismo ha controlado para bien y para mal la cultura española. Y por ende el concepto de lo oculto, de lo desconocido, del mal. Porque no podía haber más mal que aquellos identificados por las sagradas escrituras.
Cuestión esta después mantenida por el nacionalcatolicismo hasta hace pocas décadas. Por tanto un universo compuesto por asesinos, vampiros, fantasmas o muertos vivientes no podía caber en el glorioso imperio español.
Desde esa mentalidad es algo del todo rechazable por subversivo y, claro, el terror, el fantástico, por naturaleza es subversivo.
Esta cuestión afecta al cine y también a la literatura de lo terrorífico, y no digamos al teatro, formato casi inexistente.
Mientras que en los países anglosajones y europeos el género terrorífico se desarrolla, en España todo llega tarde. Cierto que en literatura encontramos fantasmas en textos de Lope de Vega (“La posada del mal hospedaje” de 1604) o en Torres Villarroel (“La casa de los duendes” de 1742) y que lo extraordinario impera en Bécquer y sus “Leyendas” (1858-1865), pero a nivel cuantitativo lo fantástico se prodiga menos que en otros países.
Lo mismo ocurre al principio con el cine español con el terror y la fantasía: por un lado no bebe de las fuentes literarias autóctonas y por otro no evoluciona ni establece una clara conexión con el desarrollo de las cinematografías más próximas. Véase al respecto el fantastique de serial en Francia y el Expresionismo en Alemania.
Cierto es que aunque el género no se prodiga en los comienzos, a la par que en otros países, sí que existen unos elementos aislados que pueden indicar, teniendo en cuenta lo confuso e invisible de los comienzos de cualquier cinematografía y más de la española, cuáles son las primeras películas de terror del cine español.
¿Dónde nació el cine fantástico y el cine de terror español?
Enuncia Ángel Sala en su estudio sobre el fantástico español que “El cine español y por ende, el cine fantástico español, nació en Cataluña”, algo que yo suscribo. Porque es el realizador de la imprescindible El hotel eléctrico (1905), Segundo de Chomón, el responsable de los primeros ejercicios fílmicos, también fantásticos, lo que ha sido llamado como fantasmagorías.
Se considera la primera película de género fantástico en el cine español la adaptación del cuento Pulgarcito (1905) atribuida a Segundo de Chomón. Para mí este Pulgarcito es el primer claro acercamiento al terror, ya que no creo que exista algo más terrible que la violencia y el bestialismo presente en los cuentos de Perrault.
Aunque si queremos señalar una primera película terrorífica como tal, aún no circunscrita al género como lo conocemos hoy, tenemos que sin duda apuntar hacia El otro (1919, Joan María Codina y Eduardo Zamacois), una historia de paranoia y superstición en toda regla, que contiene las claves básicas del cine de horror.
A El otro le siguen cronológicamente títulos como El espectro del castillo (1920, Aurelio Sidney) y sobre todo, Fue una pesadilla (1925, Miguel Ballesteros), una historia de enterrados vivos, necrofilia y maldiciones gitanas. De igual modo dos respuestas al expresionismo alemán: La bruja (1923, Maximiliano Thous), una adaptación de la zarzuela de Carrión y Chapí en tiempos silentes, donde se rinde homenaje a El gabinete del doctor Caligari (1920, Robert Wiene); y Más allá de la muerte (1925), adaptación de un texto de Benavente que rueda Benito Perojo tras venir de París, como respuesta al Doctor Mabuse (1921, Fritz Lang).
Curiosamente, con la llegada del sonoro el género se desarrolla menos, pudiéndose señalar escasos títulos en tiempos de la República, si acaso la curiosa parodia Una de miedo (1935, Eduardo García Maroto), donde aparecían esqueletos cantantes y una especie de Frankenstein llamada El Karloff, sin duda un homenaje a la Universal.
El cine de terror español después de la Guerra Civil
Tras la Guerra Civil, un nuevo parón, hasta que van apareciendo diferentes títulos precursores del boom del terror en España de finales de los sesenta del siglo pasado.
Entre estos precursores, una película de Serrano de Osma con fantasmas y necrofilia conceptual, La sirena negra (1947), y, sobre todo el clásico de Edgar Neville, La torre de los siete jorobados (1944), título con el que comenzamos un repaso por los momentos más importantes que inician el género de terror en España tal y como lo conocemos hoy día:
1944. Se estrena en España La torre de los siete jorobados dirigida por Edgar Neville. Basada en la novela de Carrere, escrita en 1924, se articula esta joya que combina costumbrismo madrileño con aspectos fantasmales y expresionistas en la línea de Robert Wiene, Fritz Lang y Murnau. Una sugestiva propuesta que muestra un mundo oculto a partir de la existencia de una torre invertida en el subsuelo de Madrid. Contiene crímenes y un sorprendente fantasma tuerto que le acercan al mundo del horror. Es posible que estemos hablando de un fantástico nacional en estado puro, que después lamentablemente no ha sido continuado.
1958. Se estrena en Alemania la coproducción entre Suiza, Alemania y España, El Cebo dirigida por Ladislao Vajda. El cebo presenta probablemente el primer psychokiller del cine español, un asesino que ofrece dulces a los niños, en la tradición del hombre del saco. Es la historia de un ogro infantiloide, realmente escabrosa, en la línea de M, El vampiro de Dusseldorf (1931, Fritz Lang)
Otras coproducciones españolas que tocan lo terrorífico tras El cebo serán las muy estimables Horror (1963, Alberto de Martino) y, sobre todo, Terror en el espacio (1955, Mario Bava), el claro antecedente de Alien (1979, Ridley Scott). Otra coproducción española a destacar es El coleccionista de cadáveres (1967, Santos Alcocer), no tanto por su calidad como por tener en el reparto al gran Boris Karloff.
Gritos en la noche, de Jesús Franco
1962. Se estrena en España Gritos en la noche de Jesús Franco. Gritos en la noche puede considerarse el antecedente más claro del terror español tal y como después se desarrolla como ciclo. La película mezcla horror, melodrama, clasicismo, casticismo y una estética a caballo entre el expresionismo alemán y las monsters movies de la Universal.
Realmente interesante, presenta el personaje de un mad doctor, Orloff, que después tendrá continuidad en otros films de Franco.
Precisamente Jess, Jesús, Franco, había ofrecido ya un interesante acercamiento a la iconografía del terror gótico, aunque dentro del prisma de la parodia, con Tenemos 18 años (1959), donde Antonio Ozores emula a Drácula, Usher o Jack el destripador. Estrenada dos años después de Gritos en la noche nos encontramos también con un buen antecedente del terror español, Ella y el miedo (1964), una estimable película de un director que será parte activa e indispensable del género en España, León Klimowsky.
La marca del hombre lobo, el nacimiento del género
1968. Se estrena en España La marca del hombre lobo de Enrique Eguiluz. Con La marca del hombre lobo podemos hablar del nacimiento de un ciclo fílmico y un género en sentido estricto.
Hasta entonces las historias que se acercaban al horror en el cine español estaban tamizadas por filtros dramáticos o costumbristas, como minimizando el sentido de lo extraordinario en un lugar y una idiosincrasia como la española. La marca del hombre lobo no tiene complejos o tamices para abordar una historia de vampiros y hombres lobo, se acerca al género sin tapujos en la línea clara de las monster movies de la Universal e incorporando algunos de los rasgos del cine inglés e italiano de los años sesenta.
Con La marca del hombre lobo debuta un guionista/actor, Jacinto Molina alias Paul Naschy, que se convertirá en el auténtico astro del terror patrio, nace un personaje, el licántropo Waldemar Daninsky, que tendrá mucha continuidad y se inicia el cine de terror en España como género en toda regla. Unos inicios del género que tendrá su cénit popular con La noche de Walpurgis (1971, Leon Klimowsky), y que propiciará que nazcan otros terrores patrios, alguno de ellos autóctonos, como son los zombis-templarios de La noche del terror ciego (1972, Amando de Ossorio).
Y estos son los orígenes del terror en España. A partir de La marca del hombre lobo en 1968, se desata el fenómeno. Por ejemplo, en 1972 se llegaron a rodar en España 25 películas de terror, un 25% de la producción anual de una cinematografía tradicionalmente ligada a la comedia y ajena a la iconografía de lo oculto y lo macabro. Entre los hits de la época, La residencia (1969) una de las dos magníficas obras que aporta en maestro Narciso Ibáñez Serrador, hijo de otro grande, el actor Narciso Ibáñez Menta.
Esta producción tiene un punto de inflexión en 1973 con el estreno de El espanto surge de la tumba de Carlos Aured, película que supone el debut en el terror de la marca Profilmes, de facto la Hammer española, que dará continuidad al género gracias a un nombre propio como es el de Josep Antoni Pérez Giner, hombre de cine empeñado en consolidar los géneros más populares, universales, exportables y taquilleros.
Así hasta el día de hoy, en el que nuestra escuálida cinematografía puede presumir de más de doscientas películas de terror, en las primeras décadas siempre relacionadas de alguna manera con lo rural, con lo costumbrista, con lo ritual, con lo alegórico, con lo erótico, con lo descarnado, con lo psicotrónico, mimetizándose con lo anglosajón y utilizando pequeñas artimañas como la doble versión, para resultar exportables.
En la actualidad…
Y en los tiempos cercanos, un abordaje sin tapujos y complejos de mundos de fantasmas y muertos vivientes a la vuelta de cualquier esquina, más taquilleros, universales y exportables que nunca.
Para llegar a los éxitos de Los otros (2001, Alejandro Amenábar), El orfanato (2007, Juan Antonio Bayona) o REC (2007, Paco Plaza/Jaume Balagueró), antes se pasó por ¿Quién puede matar a un niño? (1976, Narciso Ibáñez-Serrador), Pánico en el Transiberiano (1972, Eugenio Martín), No profanar el sueño de los muertos (1974, Jordi Grau) o Mil gritos tiene la noche (1982, Juan Piquer Simón)
Vivo y terroríficamente insano, cual muerto viviente, por tanto se mantiene el cine de terror español. Y es algo que reflexionamos en “Zarpazos! Un viaje por el Spanish Horror” y que aplico en mis trabajos.
La mejor película para ver en fin de semana es sin la menor duda Blade Runner 2049